Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Sueños de trenes. Denis Johnson

El noroeste americano a principios del siglo XX, las vías de tren que salvan montañas, la tala de árboles y el transporte de madera, los carromatos y las cabañas en praderas, la soledad de una tierra aún por construir, los aullidos de los lobos en las noches de luna, los espíritus intranquilos y los “trotas” que piden justicia en un último gesto antes de la muerte, los hombres cuyas vidas era el trabajo, arrastrar árboles o las vías de hierro o transportar mercancías, y que ven cómo la vida pasa y cambia y se quedan atrás, aturdidos de regreso a la tierra que intentaron modelar. Y de fondo, el sonido de los trenes en la noche, la sensación de una frontera y algo que se aleja.

Lo mejor de Sueños de trenes es su sencillez y los personajes secundarios que se cruzan (colisionan) con el protagonista. Robert Granier es un hombre gris y trabajador, construye una cabaña para su familia en una pradera, tala árboles, construye puentes o arregla vías de tren, pasa tiempo fuera de casa, su única motivación el trabajo y mandar dinero a su esposa, apenas recuerda su infancia (o su infancia arranca cuando va a vivir con sus tíos después de muertos sus padres) y no se pregunta sobre el futuro. Algo golpea su vida, una tragedia que lo deja noqueado. Y sigue adelante. Como un ave fénix. Aunque incompleto. 

Decía que lo mejor era la sencillez de Denis Johnson, cómo hablar de una historia enmarcada en un territorio propicio para le épica y las leyendas de una manera pausada y directa, sin excesos ni experimentos. Y los personajes secundarios, un trota que espera tumbado la muerte y un gesto de justicia (como algún personaje de London), viejos trabajadores que se extinguen como una llama y son olvidados, indios que son destrozados por el tren (por el tiempo) y sus restos esparcidos por las vías, viudas que saben esperar un nuevo marido, borrachos pendencieros.

Sueños de trenes es el final de una vida y de una época, la muerte que acecha para acabar con todo, los trenes como símbolo de sueños de futuro, los carromatos que dejan paso a los coches, las cabañas de madera en pie un anacronismo. Grainier trabaja, lucha, se pierde e intenta renacer, construye una cabaña, otra, abandona los peores trabajos y envejece. Johnson se detiene en la tierra misma, en el silencio del día y los pequeños ruidos de la noche, en los sueños donde aparecen espíritus y silbidos de trenes, en un hombre que se queda a esperar y que no recuerda su infancia.

El bibliotecario de Bekosolo me recomendó este libro y me habló de dolor y dureza. Y están ahí, de forma sutil, sin incidir en ellas, sin el morbo de la sangre. Sueños de trenes es un libro corto, y en esa brevedad consigue mezclar intimismo y leyendas, alguien que mira a través de la ventana y los espíritus que claman justicia. 







Al cabo de otros tres años, estaba viviendo en su segunda cabaña, en el mismo sitio exactamente donde había estado la primera. Ahora dormía bien por las noches, y a menudo soñaba con trenes, y sobre todo con un tren en concreto: él iba a bordo; podía oler el humo de carbón: un mundo entero pasaba por las ventanillas. A continuación se veía a sí mismo de pie en aquel mundo mientras se apagaba el ruido del tren. La frágil familiaridad de aquellas escenas le sugería que procedían de su infancia. A veces se despertaba oyendo cómo el ruido del tren de la Spokane International se disipaba por el valle y se daba cuenta de que había estado oyendo aquella locomotora mientras soñaba.
Uno de aquellos sueños lo despertó una noche de diciembre del segundo invierno que pasaba en la cabaña nueva. El tren siguió su camino hacia el norte hasta que él dejó de oírlo. Volver a ser niño en aquel otro mundo lo había aterrado tanto que no consiguió dormirse otra vez. Examinó los recovecos de la cabaña a oscuras. A aquellas alturas ya le había puesto un tejado como era debido, le había abierto ventanas, la había equipado con dos bancos, una mesa y una estufa de barril. Él y la perra de color rojizo seguían durmiendo en un camastro en el suelo, pero en líneas generales ya había construido una casa que no tenía nada que envidiar a la que había tenido con Gladys y Kate.
Denis Johnson. Sueños de trenes. Traducción de Javier Calvo. Penguin Random House Grupo Editorial.

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