Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 25 de enero de 2017

habitar montes de venus

Cada cierto tiempo entro en una librería de segunda mano y compruebo si se han llevado Los perros de Tesalónica de Kjell Askildsen. Hace meses que lo veo entre novelas de Atwood o Auster que cambian entre una visita y la siguiente. Askildsen es la palabra justa, es la distancia entre los amantes y la confrontación entre padres e hijos, es la vejez como un lugar lóbrego y el mundo algo peligroso.
Hojeo libros amarillentos, encuentro otras huellas, una lista de palabras en una novela de Bioy Casares (bosta, inquina, hermenéutica), firmas y fechas que me llevan a un punto pasado de mi vida. Una vez encontré fotos en blanco y negro entre las páginas de un libro, un hombre pequeño y con bigote y la mirada cansada. Me recordó un gesto de Tarkovski. A veces me llevo libros como forma de rescate, un símbolo en una página, una dedicatoria que habla de habitar montes de Venus, una postal con la palabra abrazo escrita en verde, un billete de avión, los libros como objetos y resistencia.
Entro en un café con libros de Carey e Isherwood. Fuera, un vagabundo da paseos cortos. Elige una recta en la acera, la sigue durante un par metros y da la vuelta. Lleva el pantalón roto, un gorro de lana gris, la barba le llega a mitad del pecho. Mientras pasea mueve la boca y agita su mano derecha. No levanta la mirada del suelo. Parece enfadado, la mano derecha arriba y abajo, el gesto severo, las palabras mudas contra un enemigo invisible o contra sí mismo. En el libro de Carey el narrador asegura tener ciento treinta y nueve años. Miro al vagabundo y pienso que, tal vez, él será capaz de superarlo si no sale de su línea recta.
Salgo a la calle e imagino otra ciudad. Intento alejarme de los edificios acristalados y las avenidas en sombra y pienso en un pequeño poblado de adobe y arena y el desierto en los límites de las casas, rodadas de carros, cielo amarillo y viento rojizo, un mundo fuera del tiempo.
Me pregunto si volveré a ver el libro de Askildsen en las estanterías de la librería. Es un faro. Su ausencia, haber encontrado alguien afín en esta ciudad.

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