Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 15 de septiembre de 2017

La Voz del Amo. Stanislaw Lem

La Voz del Amo va más allá de una historia de un posible contacto con una civilización extraterrestre, las investigaciones para desentrañar el mensaje recibido o las teorías sobre el Emisor y sus intenciones. Lem habla de matemáticas y filología, del silencio del creador y los límites de la filosofía, del vano intento de resumir un todo a partir de la restringida mirada de un individuo y de aquello que nos hace humanos, de cómo afrontar un encuentro con el otro cuando no sabemos nada de él: su cultura y su forma de plasmarla en un lenguaje, su percepción de la realidad y de la ciencia o el momento evolutivo en el que se encuentran. Lem aborda un tema recurrente en la ciencia-ficción pero lejos de ideas manidas e infantiles, en su novela no hay enfrentamientos bélicos ni acción trepidante y hueca sino una reflexión sobre la relación del ser humano y el universo, qué lugar ocupa en él y qué es lo que conocemos hasta ahora.

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A través de un informe, Peter Hogarth recuerda el momento donde se descubrió un mensaje de origen extraterrestre y los esfuerzos de los científicos (físicos, matemáticos, astrofísicos, filólogos) por encontrarle un sentido último. Pero Hogarth, a diferencia de toda la literatura escrita sobre los esfuerzos realizados por desentrañar el contenido de la Carta (y que hablaban de éxito), aborda la tarea sintiendo el fracaso que supuso no llegar a un final conclusivo, a una resolución del misterio. Ese fracaso y las constantes dudas sirven a Hogarth para hablar de la manera de afrontar el proyecto y, también, reflexionar sobre el conocimiento humano y fijarlo a un instante concreto, de las antiguas creencias a las nuevas religiones científicas, del lenguaje como cultura común y de la mirada viciada que afecta al objeto observado y al que llenamos de palabras como bondad o maldad, desvirtuando la observación y el acercamiento al objeto estudiado. Hogarth está ante lo desconocido, se cuestiona tanto por el Emisor como por el mensaje en sí, por qué el mensaje, capaz de alimentar la vida, fluye en un bucle y no tenía silencios ni una gramática para revelar su contenido, si se podría leer la carta desde cualquier punto y habría instrucciones para construir algún tipo de arma o todo es fruto de la casualidad.

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Las preguntas sobre si somos los receptores del mensaje o hemos captado por azar una conversación entre civilizaciones extraterrestres (anulando cualquier posibilidad de descifrado), si supone una explicación del origen y la descripción del cosmos, si lo que se cree mensaje no es otra cosa que un fenómeno del universo que funciona como un cordón umbilical entre sus diferentes extinciones, si estamos capacitados para acercarnos a seres avanzados y cómo sería ese encuentro, qué mecanismos y maquinarias usaríamos para una primera aproximación, si seríamos capaces de balbucear algo más que incoherencias. Hay algo realmente grotesco e hilarante en este informe de Hogarth y en la escritura de Lem, el egocentrismo del ser humano que nos une a las antiguas creencias que nos colocaban en el centro del universo y no a considerarnos una parte más de él.

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Lem hace algo maravilloso en La Voz del Amo, cruza la novela con el ensayo, reflexiona sobre nuestros conocimientos, intenta describir una cosmogonía propia a través de las matemáticas y fuera de las limitaciones de la filosofía, bucea en nuestra cultura y en el lenguaje como recipiente que la alberga y le da sentido, es reflexivo, irónico, desmedido. Extraordinaria novela.









Mi pensamiento discurría más o menos por estos derroteros: la cultura es a la vez algo necesario y casual, como el lecho de un nido, un refugio frente al mundo, un pequeño contra-mundo aceptado tácitamente por el grande de una forma relativamente indiferente, pues no contiene ninguna respuesta a las preguntas sobre el bien y el mal, la belleza y la fealdad, las reglas y las costumbres. La lengua, producto de esa cultura, es como el esqueleto del nido que reúne todos los elementos del lecho y los une de una forma que a los habitantes de ese nido les parece necesaria. El lenguaje constituye un referente de la identidad de todos los seres que anidan en él, un denominador común del grupo, una constante de su semejanza, por lo que no existe más allá de los bordes de esa refinada construcción.
Pero lo Emisores tenían que ser conscientes de ello. Cabía esperar, por tanto, que el contenido de la señal de las estrellas fuera matemático. Todos conocemos la trayectoria que siguieron los famosos triángulos de Pitágoras o la geometría de Euclides, con los que se pretendía saludar, a través del vacío, a civilizaciones distintas a la nuestra. Sin embargo, en este caso, los Emisores optaron por una solución diferente, lo cual me pareció bastante acertado. Un lenguaje étnico no les habría permitido alejarse de su planeta pues cada idioma está necesariamente enclavado en su substrato local. Pero la matemática suponía un alejamiento excesivamente preciso. Implicaba una rotura de los lazos no solo locales, de las limitaciones que se convirtieron en modelo de vicios y virtudes, pues esa ciencia se considera el resultado de la búsqueda de una libertad que no necesita de ninguna prueba tangible. La matemática es producto de la labor de unos ingenieros que desean que el mundo no pueda interferir, jamás y en ningún aspecto, en su obra, y precisamente por eso no sirve para decir nada sobre el mundo. Se la considera una ciencia pura porque está limpia de impurezas materiales y es esa pureza lo que la dota de su carácter inmortal. Pero también por eso resulta arbitraria como potencial progenitora de múltiples mundos posibles, siempre y cuando estos no sean contradictorios. Nuestra historia, con sus peripecias únicas e irreversibles, determinó que, de la infinita cantidad de matemáticas posibles, nosotros eligiéramos una. Solo mediante la matemática podemos comunicar que Somos, que Existimos. Si se quiere actuar a distancia de un modo efectivo, resulta imprescindible enviar un mensaje productivo. Sin embargo, un mensaje de ese tipo implica el empleo de una cierta tecnología, y la tecnología es en sí algo efímero, fugaz, que cambia con el uso de una materia prima y otra, de un método u otro. Y entonces en qué debería basarse dicho mensaje, ¿en la descripción de una «cosa»? Lo malo es que también una misma cosa se puede describir de infinidad de maneras. Nos encontrábamos en un callejón sin salida.
Stanislaw Lem. La Voz del Amo. Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz. Impedimenta.

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